¿Cómo fue que la bandera amarilla diseñada por Christopher Gadsden durante la revolución estadounidense con la inscripción del lema Don’t tread on me (“no me pises”) bajo una serpiente de cascabel altiva comenzó a flamear en ciertas manifestaciones críticas del gobierno actual? Se trata de un signo no menor que pocos, a mi juicio, advirtieron. Un símbolo tal no había tenido presencia en manifestaciones, por lo menos de manera notoria, hasta este año. ¿Cómo es posible que en el país más anti-norteamericano de la región se haga visible un ícono del libertarianismo? En este sentido, resulta evidente que quiénes portan esta bandera y difunden virtualmente estas ideas son jóvenes, según el Partido Libertario el 60% de sus afiliados tienen entre 16 y 25 años.
Considero que los adolescentes liberales-libertarios son el efecto de un estado de cosas en la Argentina que puede ser desglosado a partir ciertos elementos. En primer lugar, la subjetividad del joven libertario se matrizó bajo el kirchnerismo (a diferencia de los treintañeros millennial, cuya infancia transitó el menemismo, y su reacción fue estatizante), vale decir, su contestación no puede ser progresista porque el establishment, lo dado, para ellos es precisamente esto (los cuatro años de Cambiemos no hicieron mella en su percepción por razones diversas), por tanto, su maximalismo no puede no provenir sino de una sensibilidad anti-estatista que reacciona al progresismo oficial. En segundo lugar, esta predisposición indócil al Estado converge con la inserción de las redes sociales en la política de las cuales el joven libertario hizo mejor que nadie (mucho mejor que el militante progresista, sin duda) su teatro de operaciones; al carecer de acceso a medios tradicionales, ninguneado o ridiculizado, el joven libertario se nutre de influencers de Youtube (muchos de ellos efectivos comunicacionalmente y con pericia argumentativa), de la dinámica agresiva de Twitter (cuya identidad definió Donald Trump) o de la creatividad mediante el uso de memes, disfraces de cosplay y recursos humorísticos. En tercer lugar, el crecimiento durante el último lustro de lapresencia de figuras públicas (la mayoría economistas formados en las ideas de la Escuela Austríaca de Economía o la Escuela de Chicago) en medios alimentaron el discurso y el estilo del joven libertario, dentro de las cuales Javier Milei es el más influyente tanto por su solidez académica, su estilo histriónico, como por su capacidad de divulgación en sintonía con tiempos inmoderados e inciertos. De igual modo, jóvenes politólogos como Agustín Laje, inmersos en lo que llama la “batalla cultural”, nutren ciertas posiciones del joven libertario a partir de ensambles teóricos que van desde el conservadurismo al paleolibertarismo e incluso de lecturas (que revelan horas de estudio) de Gramsci y Foucault por derecha, que desconciertan a propios y ajenos.
No comparto la visión reductiva, descalificatoria o apologética de este fenómeno, no me interesa abrir juicios de valor negativos o positivos, menospreciar o categorizar de manera efectista empleando epítetos tales como conspiranoicos, terraplanistas, liberalotes, virgos o incels. Me interesa recuperar la actitud de Michel Foucault frente al presente, lo que el filósofo llamaba una “ontología de la actualidad”, es decir, una aproximación estructural a las dinámicas discursivas y de poder de los tiempos que vivimos que, en este caso, permiten la emergencia de los jóvenes liberales-libertarios del siglo XXI en Argentina. Desde mi óptica, se trata de un acontecimiento que requiere de una observación atenta. En esta dirección, es difícil predecir de qué modo se procesará electoralmente este caldo de cultivo que nos muestra el “síntoma libertario”, por lo pronto, algunas encuestas exhiben un porcentaje significativo de votantes (alrededor de un 12%) que se identifican como liberales o votaría un espacio de estas ideas encabezado por José Luis Espert o Javier Milei, que tiene un 30% de imagen positiva. A su vez, más del 30% del electorado señala que no quiere votar ni al Frente de Todos ni a Juntos por el Cambio y reclama un nuevo partido. Al mismo tiempo, las marchas “anti-cuarentena” que son despreciadas por el kirchnerismo, cual “guerra del cerdo”, por su población de “viejas de Recoleta” cada vez están más habitadas por estos muchachos.
Es cierto que a la mayoría de los jóvenes libertarios los anima un sentimiento antipolítico, un dogmatismo teórico (propio de la falta de experiencia, la soberbia de la ignorancia) y una cerrazón militante que linda con la intolerancia (que atraviesa también a la izquierda radical), de igual modo que comparten una lógica que ve en “el liberalismo” un universal inexistente, una tribu a la cual pertenecen, recayendo en la misma lógica identitaria que critican del progresismo. Sin embargo, la “política tradicional” debería preguntarse las razones de esta emergencia y si sus portavoces no contribuyeron a la fabricación de los jóvenes libertarios a través de su desfase y ceguera en la calibración de los temas del presente, y, obviamente, como consecuencia de dos décadas de políticas públicas ineficaces, que nos llevaron a los paupérrimos indicadores en materia de pobreza y desarrollo, sobredimensionando el Estado y disminuyendo todo lugar a la iniciativa privada o la autogestión.
Considero que la vitalidad y la molecularidad, su sustrato anárquico e incluso caótico, es un elemento novedoso y estimulante de este movimiento liberal-libertario en la Argentina. Por el contrario, el riesgo es que esta corriente se solidifique molarmente constituyendo una argamasa con nuestro conservadurismo histórico y rancio en una representación populista de derecha. Las elecciones del próximo año seguramente fijarán un parámetro cualitativo y cuantitativo al respecto.